Todos los niños tienen la mala costumbre de sacar un juguete, cansarse
de él, sacar otro, y así hasta que la habitación se llena de trastos, que luego
nunca se acuerdan de recoger. ¿Por qué son tan felices en medio del desorden? Cuando nuestros hijos cumplen los cinco años las
madres nos preguntamos por qué parecen felices en medio del desorden. Las respuestas
son claras: les gusta vivir en el caos más absoluto o simplemente les aburre
recoger sus cosas.
Para
ellos la vida se basa en jugar y pasarlo bien, aún no son conscientes de que
también implica responsabilidades y tareas menos agradables. Si una cosa no les
gusta, no la hacen. Y es que a los niños les da igual que las cosas estén
ordenadas o no.
La mejor manera de animarles a aprender a ordenar, es ponerles las cosas fáciles:
- Proponle un intercambio. Recoger bien y rápido y luego hacer algo que le guste, como salir a tomar un helado o jugar a su juego favorito.
- Explícale por qué le pides que recoja. Porque no quieres que se tropiece por la mañana con sus juguetes tirados por el suelo, porque así podrá encontrar sus construcciones en cuanto las necesite, porque la habitación está más bonita ordenada y porque papá y mamá también ordenan lo que desordenan.
- Coloca las perchas a su altura. Para que pueda colgar solo su abrigo. Enseñarle a doblar y guardar en el armario su ropa.
- Organiza los juguetes en cajones. Así, solo tendrá que depositarlos allí. También conviene echarle una mano, lo que no quiere decir hacer el trabajo por él.
A partir de los cinco años, no todo está perdido. Más bien,
todo esto está empezando. Están en la edad de aprender a responsabilizarse de su propio desorden, para poder convivir
civilizadamente con otras personas más adelante. Esta tarea exige paciencia y
persistencia por parte de los padres.
Lo
que no hay que hacer es:
- Ser inconstantes en nuestras órdenes. Proponerle que recoja hoy y mañana hacerlo nosotros le hace creer que esto no es algo de todos los días, como cenar, lavarse los dientes o irse a la cama.
- Premiar su esfuerzo con regalos. Es buena idea al principio, pero conviene ir cortándolo.
- Compararle con otros niños. Intentar crear competitividad en el pequeño puede producir dos efectos adversos: que odie al niño que hace bien las cosas y que se sienta un fracasado. Aunque si sale bien el invento y el niño compite por recoger mejor, seguramente extenderá esa exigencia al resto de su vida. Y es agotador ser un eterno competidor. Es mejor la propuesta: "entre nosotros dos, a ver quién recoge antes los coches". En ese caso hay una competición localizada, particular y estimulante. No una abstracta y frustrante.
- Chantajear. Los padres lamentosos y sacrificados (¡cuánto me haces trabajar!), no suelen conseguir la empatía que buscan en sus hijos. Más bien les provocan sentimientos de culpa.
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